A menudo se nos enseña desde pequeños que las malas palabras son signo de mala educación o falta de vocabulario. Sin embargo, la ciencia está empezando a contar una historia muy distinta. Investigaciones recientes sugieren que soltar una grosería en el momento adecuado no solo es liberador, sino que actúa como un “combustible psicológico” capaz de mejorar nuestra concentración, aumentar nuestra confianza y elevar el rendimiento físico.

El poder de la desinhibición: un interruptor mental

Un estudio liderado por el Dr. Richard Stephens, de la Universidad de Keele, y publicado en la revista American Psychologist, revela que el uso consciente de palabras malsonantes genera un estado de desinhibición. Este fenómeno reduce las barreras mentales y sociales que normalmente nos frenan, permitiendo que el cerebro se enfoque por completo en la tarea que tiene entre manos sin el peso del juicio externo o la duda personal.

En experimentos prácticos, se observó que las personas que maldecían mientras realizaban esfuerzos físicos extenuantes, como mantener una posición de flexión, lograban resistir durante más tiempo que quienes usaban palabras neutras. Esto se debe a que la grosería actúa como un pequeño “choque” al sistema nervioso, aumentando la tolerancia al esfuerzo y disminuyendo la percepción de fatiga. No es solo un grito de frustración; es una herramienta funcional que activa una respuesta de lucha o huida controlada.

Más allá de la fuerza: alivio del dolor y honestidad

Pero el beneficio no termina en el gimnasio. Investigaciones adicionales indican que decir groserías tiene un efecto analgésico real. En pruebas de resistencia al dolor (como sumergir la mano en agua helada), quienes maldicen pueden soportar la incomodidad por períodos más largos. Esto ocurre porque el cerebro procesa estas palabras en el sistema límbico el centro de las emociones y no solo en las áreas del lenguaje del hemisferio izquierdo, provocando una liberación de endorfinas y una respuesta emocional que mitiga el dolor.

Curiosamente, la ciencia también vincula el uso de groserías con rasgos positivos de la personalidad. Estudios de la Universidad de Cambridge y Maastricht sugieren que las personas que maldicen con frecuencia tienden a ser más honestas y directas en sus interacciones sociales. Al no filtrar su lenguaje de manera tan rígida, muestran una menor tendencia a la falsedad, lo que refuerza la idea de que estas palabras son, en esencia, una expresión de autenticidad y descarga emocional pura.

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