La discusión ha sido interminable y por ello se lleva a cabo una ambiciosa investigación para saber quiénes sufren más al envejecer: los hombres o las mujeres.

El especialista José María Armengol, de la Universidad de Castilla-La Mancha, España, forma parte de una investigación y aquí se reproduce qué fue lo que lo llevaron a hacer el estudio.

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En 1970 la académica y feminista estadounidense Susan Sontag publicó un famoso artículo titulado “El doble standard del envejecimiento”. En él, denunciaba la mayor discriminación a la que se ven sometidas las mujeres mayores, doblemente por razón de su género y edad.

Si en 1949 Simone de Beauvoir había inaugurado la segunda ola del feminismo moderno con El segundo sexo, en 1970 publicaba también La Vejez, un ambicioso estudio sobre el hecho de hacerse mayor en diferentes culturas alrededor del mundo.

Al igual que Sontag y Beauvoir, Betty Friedan se hizo famosa con su libro La mística de la feminidad (1963), que denunciaba el papel claramente secundario de las mujeres en la sociedad occidental.

Años más tarde publicaría también La Fuente de la edad (1993), dedicado igualmente a denunciar la discriminación social sufrida por las personas mayores.

A pesar de las coincidencias entre estas tres autoras, sobre todo su ideario feminista así como un interés compartido por el tema de la edad en sus años de madurez, resulta sorprendente que en La Vejez Beauvoir critique abiertamente los supuestos de Sontag, argumentando que son los varones, y no las mujeres, quienes sufren más por envejecer.

Aun reconociendo la mayor invisibilidad erótica a la que las mujeres mayores se ven abocadas, la teórica francesa sostenía, desde una óptica marxista, que el varón tiene más dificultades de adaptación a la “tercera” edad al ser considerado no solo obsoleto desde el punto de vista laboral, sino también prescindible desde la perspectiva social y familiar.

Si, argumentaba Beauvoir, la mujer estaba ya acostumbrada a ser relegada al papel de madre y esposa (y, finalmente, al de abuela) en la esfera privada, el varón maduro perdía su identidad en la esfera pública para pasar a convertirse en poco más que un estorbo en la esfera privada.

Si bien los supuestos de Beauvoir se refieren a un contexto histórico-social que puede considerarse ya ampliamente superado, La Vejez, al igual que el texto posterior de Friedan, continúan siendo relevantes como recordatorios de que, primero, el hecho de envejecer afecta tanto a varones como a mujeres y, segundo, influye en ambos géneros pero de manera diferente.

EL GENERO

Demostrarlo es, precisamente, el objetivo del proyecto europeo “Gendering Age” (acrónimo MASCAGE), financiado con 1 millón de euros por el programa Gendernet Plus Era-Net Cofund de la UE que dirijo en colaboración con otros cuatro socios europeos (Irlanda, Suecia, Austria y Estonia), además de Israel.

Con una duración prevista de 3 años (2019-2022), el proyecto pretende analizar la relación entre envejecimiento y género, incidiendo en los problemas específicos a los que se enfrentan los varones de distintos países en su madurez.

En este sentido, destaca por su carácter colaborativo y transnacional, incluyendo cinco países europeos distintos más Israel, lo que contribuirá sin duda una amplia e interesante perspectiva.

Igualmente, la originalidad del estudio radica en su multidisciplinariedad. Si la mayoría de estudios de género se han centrado en las mujeres, y si bien gran parte de los trabajos sobre gerontología carecen de una perspectiva de género, este proyecto busca aunar los estudios de género con los estudios sobre edad y envejecimiento.

Con ello, se contribuye a abrir un diálogo interdisciplinar que ayude a entender mejor las similitudes pero también diferencias que afectan a varones y mujeres al envejecer, especialmente en relación a los temas de salud, inclusión y exclusión social, relaciones afectivas y estereotipos de género.

A diferencia de otros estudios, derivados de enfoques puramente sociológicos o biomédicos, este proyecto está basado en un enfoque interdisciplinar, que busca además conciliar las ciencias sociales y las humanidades, explorando las intersecciones entre construcciones sociales y representaciones culturales, literarias y fílmicas, de envejecimiento.

Se pretende demostrar no solo cómo las representaciones culturales de género y edad beben del contexto social, sino también cómo las mismas representaciones culturales influyen en su (de)construcción social.

Para ello, el estudio se nutre de un amplio corpus textual y fílmico procedente de los cinco países europeos analizados, además de Israel, lo que debería proporcionar un mapa bastante detallado de lo que significa envejecer, tanto para varones como mujeres, en distintos contextos nacionales, sociales y culturales.

En última instancia, el estudio busca entender mejor la influencia del género en los procesos de envejecimiento pero también, y sobre todo, mejorar las vidas de las personas mayores, hombres y mujeres, en estos países.

Sabemos, por ejemplo, que las mujeres viven de media 10 años más que los varones, y que las tasas de suicidio masculino superan ampliamente al femenino, sobre todo en edades avanzadas.

Sabemos, también, que los varones mayores acuden al médico con mucha menos frecuencia que las mujeres. Saber por qué constituye un auténtico reto que debemos abordar tanto a nivel científico como social, ayudados tanto por los estudios de edad como de género. La masculinidad constituye un problema urgente de salud pública. Entender mejor su construcción es, pues, un paso indispensable para poder llevar a cabo su deconstrucción.

  • Jose Maria Armengol Carrera publicó en The Conversation.

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