El origen de esta entrañable tradición proviene de una leyenda de la Edad Media.

Un hombre, tras la muerte de su esposa, quedó tan enajenado que decidió regalar todo su dinero, hasta la última moneda. Tanto él como sus tres hijas quedaron sumidos en la pobreza. Malvivieron como podían, hasta que a las jóvenes les llegó el momento de casarse y encontraron tres pretendientes; sin embargo, no tenían nada que ofrecer como dote  y por tanto la boda no podía celebrarse.

Esta situación llegó a oídos de Santa Claus, durante el día de Navidad acudió a su chimenea y arrojó por ella tres monedas de oro. La suerte quiso que éstas rodaran hasta caer en los tres calcetines que colgaban al final; las jóvenes los habían colocado allí tras lavarlos, para que se secaran durante la noche. A la mañana siguiente despertaron y se encontraron con el inesperado regalo.

Las monedas fueron suficientes para la dote, y por fin pudieron ser desposadas gracias al calcetín de Santa Claus.

Así es que hasta nuestros días, dejamos los calcetines cerca de la chimenea o el árbol para que, Santa deje los regalos que nos llenarán los rostros de sonrisas.

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