Un gran porcentaje de quienes comienzan a leer este texto no llegarán al final, simplemente porque les va a “dar hueva”… otros más llegarán al segundo o tercer párrafo por el puro reto de saber si en realidad les va a “dar hueva”… pero la gran mayoría (lo sé y no me importa), se quedaron en la palabra texto, ubicada al inicio de este párrafo… porque “les dio hueva” seguir leyendo.

Me disculpo por utilizar la expresión “hueva”. La verdad es que “me dio hueva” encontrar algún otro término socialmente aceptable para ilustrar tan puntual actitud.

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La hueva de leer, es la misma hueva que como sociedad nos cargamos para ir más allá de la primera sensación que nos da lo que leemos, lo que oímos o incluso las personas que conocemos (física o virtualmente).

Ejemplos prácticos hay muchos, pero uno muy ilustrativo ocurrió hace poco, durante el primer partido de México en el Mundial de Rusia, al enfrentar a Alemania. Hubo un sector en redes sociales que señalaron que mientras la horda de vulgares (yo incluida) veíamos el fútbol en domingo a las 9 de la mañana, al mismo tiempo se llevaba a cabo un proceso de privatización del agua.

En mi imaginario se formuló una escena cómica. No se señalaba una publicación en el Diario Oficial de la Federación, la publicación de un contrato, un evento o algo parecido: se presentó la idea de una oscura reunión para la firma de un documento legal lo más lejos de nuestra vista posible, no solo entre cuatro paredes, sino mientras todos estábamos con los ojos puestos en un partido de fútbol.

Podría precisar que la firma de documentos relacionados con algún tipo de autorización sobre el uso del agua se firmaron doce días antes de aquel domingo de fut y que en realidad se trató de un cambio de término, que pasa de prohibir el uso de aproximadamente 300 cuencas a establecer zonas de reserva de agua para diversos usos, en beneficio de 45 millones de personas… las más pobres incluidas.

Y podría seguir con puntos que documentaran el tema… pero temo que les daría hueva a los lectores que han llegado hasta esta línea.

Dichos activistas, intelectuales, defensores de los recursos naturales, nos dijeron estúpidos a la gran mayoría que disfrutábamos del futbol. ¿Cómo llegaron a tal conclusión de la privatización del agua? ¿Se documentaron o se quedaron con el primer meme que encontraron en el tema? ¿Su ánimo de “rebelión” les alcanzó solo para entender lo que querían entender? ¿Dieron algún otro click que les permitiera entender un poco más el tema?

Evidentemente se fueron con la finta de lo que leyeron en algún lado, lo que alguien más les dijo o lo que quisieron imaginar. Fueron víctimas de una vulgar fake new.

Voy más allá… de haber querido, no tengo dudas que hubieran podido encontrar puntos cuestionables sobre el tema y que serían materia de una discusión seria: los ríos y zonas de las cuencas involucradas, los criterios de conservación ambiental implementados, las áreas naturales protegidas y las que podrían quedar vulnerables como resultado de la decisión, las proyecciones a años futuros, las consideraciones de los humedales de importancia internacional, la viabilidad del régimen jurídico, etc.

Podrían haber realizado solicitudes vía transparencia para conocer los estudios de impacto, el protocolo implementado, los especialistas participantes, etcétera. Pero tristemente, el activismo se resumió en “shares” y frases de indignación. ¡Ah! Y en decirnos jodidos a quienes estábamos viendo el fut.

Este tipo de prácticas las vemos a diario en todos los ámbitos: fotos alteradas para transformar un escenario de apoyo policial a uno en donde el policía es el culpable de una supuesta masacre, actrices del género porno que se convierten en brillantes estudiantes ganadoras de premios internacionales o hasta candidatos a puestos de elección popular que se dicen capaces en una sola frase de cambiar una condición histórica en nuestro país.

“Miente, miente, que algo queda”, es la frase magistral que describe el efecto que tienen las fake news en una sociedad que no está acostumbrada a ir más allá y que por ello, es la audiencia perfecta para las deformaciones en la información o para la compra del discurso fácil.

La hiperconectividad tecnológica y el deseo constante de una gratificación inmediata (como lo podría ser tener la razón, creerse diferentes del resto o imponer sus propios argumentos), son algunas de las características de esa sociedad de la inmediatez, que resulta del proceso tecnológico que hoy vivimos.

Cada día son más las personas que utilizan teléfonos inteligentes, que idealmente deben ser menos inteligentes que su propietario. El ser humano está dotado naturalmente por la curiosidad y el sentido común, que desafortunadamente se apagan ante la apabullante avalancha de información y la increíble prisa que siempre tenemos para todo.

Chatear con los amigos, husmear en vidas ajenas, hacer pagos, encontrar remedios para los malestares y hacer una reservación, todo al mismo tiempo, tal vez no sea una combinación para incluir al sentido común en la ecuación.

Ese deseo de obtener de forma instantánea lo que deseamos, es por sí mismo, un rechazo implícito a los esfuerzos y al trabajo dedicado y minucioso que requieren otros procesos, entre los que se incluye utilizar la lógica o consultar un par de fuentes antes de dar como verdad absoluta la información que se nos presenta.

Algunos sugieren que se trata del desarrollo de la impaciencia social, que irónicamente hace creer lo que sea al usuario, aún y cuando en muchas ocasiones se trata de algo totalmente absurdo.

No es cuestión de ser intelectuales, estudiados o unos genios. Se trata de practicar esa característica ancestral del ser humano que se refiere a utilizar el sentido común para cuestionar lo que vemos, oímos o leemos.

Y es que en una sociedad que tiene prisa y que opta por el activismo cómodo, el sentido común parece el menos común de los sentidos.

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