Abundan las tristes y dramáticas historias de personas desempleadas ante un mundo sin turismo. Sin visitantes estadounidenses que llevar a las playas del Día-D o la región de “castillos del Loira”, la guía de turistas de París, Francia, Linda Zenou está preocupada de cómo va a pagar su crédito y continuar cuidando a su madre en los próximos meses de dolorosa austeridad.

“Mi situación se va a poner sumamente difícil”, afirmó. “No tenemos nada de qué vivir”.

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Para el creciente número de negocios y personas que dependen del turismo global, la pregunta no es cuándo va a terminar la pandemia de coronavirus, sino cómo y si es que sobrevivirán hasta que el sector logre su recuperación.

Para tratar de mantener a raya al coronavirus, los países que levantaron barreras a la llegada de turistas lo hicieron a un costo creciente para ellos y para otras naciones.

“Ahora es la supervivencia del más apto”, dijo a la agencia AP Johann Krige, director general de la hacienda vinícola Kanonkop en Sudáfrica, donde la ausencia de turistas que venían a probar vino amenaza a docenas de fincas vinícolas en la histórica localidad de Stellenbosch, cerca de Ciudad del Cabo.

“Muchas van a quebrar porque no tienen suficiente liquidez”, afirmó Krige.

En todo el mundo, viajar en medio de la pandemia se está convirtiendo en una historia de avances tentativos en algunos lugares y de retrocesos punitivos en otros, de “sí” a permitir el regreso de turistas provenientes de latitudes a las que les ha ido un poco mejor frente al Covid-19 pero “no” a los procedentes de zonas con brotes.

El resultado es un revoltijo global de restricciones y cuarentenas cambiantes, todo lo cual impide la visibilidad a largo plazo a las empresas que intentan pagar nóminas y a todos los demás actores del sector, desde los vendedores de baratijas hasta los hoteles de lujo.

En Australia, el gobierno de Queensland, hogar de la Gran Barrera de Coral, prohibió desde hace unos días la llegada de visitantes de Sidney debido al brote que registra la ciudad más grande del país. El funcionario de turismo de Queensland Brett Kapernick pronosticó que eso podría causar a algunas empresas una caída de 40 por ciento en sus ingresos.

“Debido a esta pandemia, la situación se vuelve inestable y por ende cambiante cada semana”, manifestó Kapernick. “Hace una semana, no pensamos que enfrentaríamos un cierre de fronteras con Sidney”.

Aunque la isla indonesia de Bali abrió tentativamente al turismo interno, las playas de Da Nang en Vietnam estaban desiertas. La ciudad impuso una cuarentena para contener un brote de casi 100 casos.

Ante la falta del sustento derivado del turismo, algunos negocios parecen ya condenados. Muchos hoteles de lujo en el centro histórico de Roma no reabrieron a finales de la primavera, cuando Italia comenzó a permitir la llegada de turistas de otros países de la Unión Europea y de un número selecto de naciones. A principios de la pandemia, los italianos que trabajaron durante años como personal de comedor, cocineros o mucamas en hoteles mejor buscaron empleo en fincas para recolectar frutas y verduras.

En la costa del Algarve, en Portugal, las catástrofes individuales se ciernen sobre el personal de hoteles, bares y restaurantes vacíos que están perdiendo la esperanza de que los turistas regresen suficientemente rápido para mantenerlos a flote. En una región que depende casi enteramente del turismo, la tasa de desempleo se ha incrementado 230 por ciento.

Y en Oxford, Inglaterra, el operador turístico Frederick Laurie aprovecha al máximo a los vacacionistas internos, a los que describe con optimismo como “brotes verdes” en un año que ha sido malo. Laurie reconoce que los números de esos turistas jamás compensarán el desplome en los visitantes extranjeros que otrora inundaban la localidad universitaria antes de que los ahuyentara el coronavirus.

“Es una época extremadamente difícil para nosotros”, apuntó. Su compañía Footprints Tours, de una década de existencia, registró una caída de 70 por ciento en sus ingresos.

Las pérdidas globales suman miles de millones de dólares. Las caídas en porcentaje de visitantes a menudo alcanzan dos dígitos. El ingreso turístico en Sudáfrica cayó 98 por ciento en mayo comparado con el mismo mes del año pasado, dice el Consejo de Negocios de Turismo, y más de medio millón de empleos peligran en el sector, añadió a información de AP.

Los gobiernos de países dependientes del turismo están tratando de usar rescates financieros para mantener los negocios a flote. El gabinete de Tailandia aprobó esta semana proyectos por más de 700 millones de dólares para la industria turística. Bulgaria está ofreciendo rebajas de impuestos y subsidios de empleo para apuntalar su sector turístico que se prepara para hacer grandes recortes entre su fuerza laboral de 290 mil personas. Los propietarios de hoteles lamentan tener más empleados que clientes en Sunny Beach, el balneario más grande de Bulgaria.

Las docenas de islas en el Caribe dependen del turismo para entre 20 y 80 por ciento de su PIB, pero la ocupación hotelera en la región es en la actualidad menor a 10 por ciento, según funcionarios. A fin de compensar el turismo perdido, Barbados está ofreciendo visas de un año a quienes quieran vivir temporalmente en la isla y trabajar desde casa cerca de la playa.

Los aspectos positivos en medio de la pandemia son pocos. Entre ellos, los habitantes locales que no pueden o no quieren viajar están redescubriendo atracciones que los turistas extranjeros se afanaban por conocer.

En Sudáfrica, los animales tienen para ellos solos las famosas reservas de fauna silvestre debido a la suspensión de actividades, incluida la prohibición a la llegada de turistas internacionales y la penalización a los sudafricanos que viajen entre provincias de vacaciones. En el Parque Nacional Kruger, los leones duermen sin que nadie los perturbe en los caminos y deambulan por los albergues vacíos, mientras los elefantes andan por donde les place.

En el Museo del Louvre en París, ahora es posible contemplar tranquilamente las obras de arte. Eso es un agasajo fuera de lo habitual para los parisinos, pero una pesadilla para los guías de turistas, que volvieron a protestar esta semana, vestidos de negro y con mascarillas, para exigir más asistencia financiera. Entre ellas se contaba Janice Baneaux, quien se mostraba pesimista por su futuro.

“Algunas personas tuvieron que vender sus casas, regresar con sus padres y esperar hasta el año entrante cuando el turismo probablemente se recupere”, apuntó. “Pero este año no hay esperanza”.

(Foto: Tomada de la agencia AP)

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