Moreno, cabello canoso, serio de sobremanera, bastón en mano, lento al caminar y siempre solo. Tengo grabado en mi memoria el momento exacto cuando lo vi por primera vez una tarde nublada en la calle Italia de la Colonia Moderna, en la ciudad de León. Vivía a unos metros de casa de mi abuela materna.
Recuerdo también que cuando él pasaba todo el mundo guardaba silencio. En ese entonces no entendía la razón. Hoy, al paso del tiempo, creo que era por que se le relacionaba con el Club León. En aquella época, el equipo no pasaba por sus mejores momentos; a pesar de eso, él siempre estuvo ahí. Si no mal recuerdo, sería a finales de los años 70 e inicio de los 80.
Parecía que siempre estaba enojado. Aun así, confieso que, a diferencia de los demás chamacos de mi edad, nunca le tuve miedo. Al contrario, en varias ocasiones intenté platicar con él como generalmente lo hacía con gente mayor que yo. Claramente, en esa época no era de su interés mi charla, pero nunca recibí un mal trato de su parte.
Al paso de los años, por razones personales, se generó una relación personal y cercana con su familia y, sobre todo, con la señora Tita, su esposa, quien era una apasionada, conocedora y fiel seguidora de el Club León.
Poco a poco fui conociendo la historia de ese hombre que llegó a corta edad desde la hoy CDMX a jugar de manera profesional al Club San Sebastián y, posteriormente, al Club León. No fueron muchas temporadas las que jugó con este último club, pero sí de mucha calidad, tanto que, debido al nivel de su juego, fue llamado a la Selección Nacional. Desgraciadamente, previo al Mundial de Inglaterra sufrió una grave fractura en la pierna que frustró su ascendente carrera profesional; nunca más pudo jugar al deporte que lo apasionaba. Creo que por eso estaba triste y enojado.
Quiero pensar que ahí fue donde comenzó la leyenda de Agustín El Peterete Santillán. Creo también que fue el momento en que decidió entregar su vida al futbol y no darse por vencido; si ya no podía hacerlo dentro de la cancha como jugador, lo haría como reclutador.
Comenzó a asistir a los principales campos llaneros de la ciudad a reclutar jóvenes que sentía que tenían el talento para jugar en el club de sus amores, el León. ¡Y vaya que no fueron pocos los jugadores que descubrió e impulsó a lo largo de varias décadas! Recuerdo su frase cuando le hacía la invitación a alguien para ir a probarse: “Lo espero el martes, a las 4, en la Deportiva del Estado para que se pruebe; a ver si sirve para esto”.
Agustín El Peterete Santillán Gómez y su esposa, la señora Tita, no solo fueron una columna fundamental del siempre glorioso Club León, sino también para cientos de muchachos que pasaron por su vida y que, de alguna manera, fueron arropados con ayuda, consejos, incluso con alimento, en ese difícil mundo de quien comienza en el competido mundo del futbol.
Uno de ellos fue el hoy entrenador de La Fiera, Nacho Ambriz, en su paso como jugador en la ciudad.
Me entero que en estos días fue incluido en Salón de la Fama del Deporte Guanajuatense. Sin duda, un reconocimiento ganado literalmente con suela, sudor y lágrimas. El Peterete Santillán será un hombre que siempre estará en los corazones de muchas personas, entre quienes orgullosamente me incluyo.
Un fuerte abrazo y una gran felicitación a sus hijos, Agustín, Elvira, Alicia, Arturo, Ernesto y Fabiola, y a toda su familia, sobre todo a Doña Tita, la principal participante de esta historia que seguramente toma lo que le toca de este reconocimiento desde donde esté.
Aquí una charla con su hijo y cómo descubrió talentos