Llegó noviembre, y con él el Día de Muertos, una fecha importante en la cultura mexicana, pues es cuando más se recuerda a quiénes ya no están con nosotros.

Pero, ¿qué pasa si no hay mucho o nada que recordar?

A veces, me parece extraordinario ver cómo las personas recuerdan a sus familiares, tíos, abuelos, personas que dejaron marcas en su vida.

De cierta manera, me parece un acto extraño la forma en que se expresan de ellos con cariño y añoranza.

Mi vida no ha sido muy larga, pero a través de los años he perdido familiares. Sin embargo, sus muertes no me han causado dolor y realmente al recordarlos no puedo sentir nada.

LA MUERTE DE MI ABUELO 

Recuerdo a mi abuelo, un señor estricto, firme, alguien “chapado a la antigua”, hombre de familia, padre de 13 hijos, gran hombre, conviví con él aproximadamente siete años hasta que murió. Recuerdo su muerte, su velorio, todos lloraban, hijas, hijos, hermanas, hermanos, nietas, nietos, sobrinas y sobrinos. Yo no.
No sé porqué, pero no sentía la necesidad de llorar, solo me entristecía ver a mi madre tan mal. Recuerdo que me auto-pellizqué para poder llorar, porque sentía vergüenza de ser la única que no lo hacía.

LA MUERTE DE MI ABUELA

Mi abuela, una mujer estricta, fuerte, de carácter duro; de esas mujeres que con una mirada y levantamiento de ceja (tipo María Félix) te intimidaba, estuvo presente en mi vida por 19 años hasta que falleció.

Pese a que compartimos el mismo techo desde mi nacimiento, no recuerdo mucho de ella; o quizá no quiero. Pero recuerdo sus últimos años, era como tener un bebé. La cuidaba y junto con mi madre le dábamos de comer, cambiábamos su pañal, y después de un tiempo en cama falleció.

Cuando murió, yo ya no estaba en casa, pero cuando me enteré no sentí tristeza. ¿Acaso soy indiferente?

No fui a su velorio, pues mi embarazo era riesgoso y no podía salir de casa en ese momento, pero no me sentí triste de no “despedirla”.

A veces, pienso que quizá soy insensible, pero, cuando leo noticias sobre feminicidios, casos de pedofilia, o situaciones sobre maltrato animal e infantil, etc., mis lágrimas salen con mucha fuerza y mi corazón se apachurra a tal grado que siento que no puedo respirar.

Entonces. ¿por qué no me pasa lo mismo con la muerte de alguien que se supone debería extrañar? ¿Hay algo malo en mí?

A veces sueño con mi muerte. No veo el motivo, pero puedo apreciar mi velorio, observo mi cuerpo en un ataúd, y a las personas a mi alrededor. En sus rostros hay tranquilidad, pareciera que están más ahí por obligación. A nadie parece interesarle, quizá sea una señal, quizá nunca me recordarán o llorarán por mí; así como me sucede a mí con los demás ahora.

Por: Andrea Sánchez

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