🔊 Escuchar esto Tan condenable como inhumano es mofarse o ironizar sobre el contagio por Covid-19 del presidente Andrés Manuel López Obrador.Por más atinados o errados sean los comentarios que se leen en redes sociales, lo que hoy debe llevarnos a la reflexión es el extremo de polarización al que hemos llegado como sociedad. La enfermedad del presidente es simplemente el colofón de una cadena de sucesos que hemos presenciado en los últimos casi 11 meses.A lo largo de todos estos meses desconcertantes e intimidantes para nuestras vidas, hemos visto mensajes desde el poder que chocan un día sí y otro también con las respuestas ciudadanas solidarias, encomiables y respetuosas hasta con aquellas que rayan en el cinismo, el resentimiento y el “valemadrismo”.Coincido con aquellos que condenan duramente las primeras reacciones del presidente diciendo que el Covid-19 se frenaría con un “detente” y con “escapularios” o con los señalamientos de que la mejor defensa contra la enfermedad es tener “la conciencia tranquila”, “no mentir”, “ser honesto”, “no ser traidor” y “alimentarse sanamente”.Y también estoy de acuerdo en que su peor mensaje fue el no usar el cubrebocas en las conferencias mañaneras, ni en sus eventos oficiales y desobedecer las recomendaciones sanitarias emprendiendo giras a distintas regiones del país, como las últimas a Nuevo León y a San Luis Potosí que ya pusieron en riesgo a decenas de personas.A esto se le tiene que sumar la errática política del siempre arrogante e intocable subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell, a quien los números de fallecimientos y contagios lo han desbordado y quien nunca rectificó el camino ni admitió sus yerros como el no aplicar desde un principio la política de pruebas masivas. Y del subregistro de muertes, mejor ni mencionarlo.UN ANTES Y UN “DESPUÉS”La enfermedad del presidente tiene que verse como un antes y un después en un país que evidentemente tardará meses, sino es que años en bajar las cifras de la pandemia. Y este “después” es una obligada revisión a las políticas de vacunación a la población.Obligada porque esta vez los ciudadanos que no enfermaron -que son la mayoría- o que se recuperaron afortunadamente del SARS-CoV-2, atestiguarán de primera mano el actuar -pronto o tarde- de las autoridades de salud federales y estatales con la aplicación de las vacunas.Una revisión al documento “Política Nacional de vacunación contra el virus SARS-CoV-2, para la Prevención del Covid-19 en México”, contempla un calendario de vacunación de 83 millones de mexicanos (https://bit.ly/3sW4E4Y) “en un periodo máximo de 18 meses”.En teoría es un documento lleno de buenas intenciones y optimista, pero en la realidad “cojea” ya seriamente y está muy lejos de cumplir sus objetivos. La decisión de la farmacéutica Pfizer de suspender las entregas de vacunas a México hasta el 15 de febrero significa retrasos de los que no está informando el Gobierno Federal.Sin concluir aún la primera etapa de vacunación a todo el personal médico de primera y segunda línea en todo el país, las personas contempladas en el siguiente bloque eran aquellas con comorbilidades como hipertensión, obesidad y diabetes, entre otros.Pero por alguna razón, el presidente decidió brincar este bloque y empezar a vacunar a los maestros, como empezó a ocurrir en Campeche (https://bit.ly/3cbRrPo).El “después” ojalá y le signifique al presidente una sacudida sobre la enfermedad y sobre la aplicación de las esperanzadoras vacunas. Esta sociedad polarizada lo que ya pide es una tregua, por la salud de todos.CompartirNavegación de entradasEl legado de Trump: mentir y hacer creer que su país giró en torno a él ¿Y quién va a educar a los (malos) ciudadanos?