Para los medios de comunicación es muy poco vendible informar sobre los avances científicos. Por ejemplo, muy pocas veces veremos en portadas el descubrimiento de un uso eficiente de polímeros, o de las mejoras en la agricultura para el campo mexicano o acerca de los beneficios que traen a nuestro país los intercambios académicos con las mejores universidades del mundo.

La prensa nacional mexicana y medios electrónicos como la radio y televisión han sido en buena medida cómplices de la poca valoración que se les otorga a los científicos mexicanos que han hecho grandes aportaciones a la ciencia nacional, pues su foco generalmente se concentra en la grilla, la violencia y el golpeteo.

Por eso, no deben sorprendernos hoy los recientes ataques del presidente Andrés Manuel López Obrador contra la ciencia y, en particular, contra 31 científicos a quienes la Fiscalía General de la República (FGR) acusa de “delincuencia organizada”, “operación con recursos de procedencia ilícita” y “peculado”.

Para entender un poco la arremetida presidencial solo hay que remontarse a septiembre del año pasado cuando ordenó al Congreso federal, de mayoría morenista, aprobar la desaparición de 109 fideicomisos, incluido el Fondo de Cooperación Internacional en Ciencia y Tecnología, hoy centro de la actual controversia contra los 31 expertos del Conacyt a quienes imputa la FGR, pues, según acusa el presidente, se beneficiaron de este fondo desviando recursos.

En su narrativa diaria, el presidente se jacta en señalar que, tras su llegada al poder todo cambió, incluida la ciencia, aún cuando tenga muy pocas bases para sostenerlo. “¿Qué habían hecho (los científicos)? Nada: coloquios, congresos, viajes al extranjero, viáticos. Ahora no, ahora es investigación aplicada, el Conacyt ha hecho cosas extraordinarias: producir ventiladores para atender enfermos de Covid, la vacuna Patria, que va bien en su desarrollo”, dijo en su mañanera del pasado viernes. (Periodistas ya se encargaron de desmentir que la vacuna no es mexicana y que los ventiladores son más costosos.)

López Obrador no hace más que mostrar su ignorancia acerca de lo que ha hecho la ciencia mexicana a lo largo de los años. Y, por supuesto, la prensa también evidencia que poco importa, salvo algunas excepciones, informar atinada y oportunamente acerca del mundo científico mexicano. Si el presidente no lee en la prensa nacional artículos de los avances científicos, entonces no se hace nada, no existen. Me atrevo incluso a apostar que el mandatario no se atreve siquiera a leer los comunicados del Conacyt, la Gaceta de la UNAM o el boletín de los avances científicos mexicanos más importantes del 2020 como los de la Universidad de Guanajuato, por mencionar solo algunos.

PERIODISMO CIENTÍFICO ¿QUÉ?

En México son contados los periodistas científicos que transmiten los avances de la ciencia nacional. Y como muestra, basta decir que no hay periodista científico alguno que tenga una popularidad como la de Loret de Mola o Ciro Gómez Leyva. El periódico más influyente del mundo, The New York Times, o el diario El País de España, por ejemplo, tienen reporteros especializados en ciencia y medicina, y sus secciones son una referencia tanto para los centros de investigación, como para las universidades y público en general.

La realidad en nuestro país sigue siendo que las noticias científicas son aburridas, como lo llegaron a ser en su momento las notas de los tribunales de justicia. En el año 2000, el diario El Universal tuvo que especializar a su reportero que cubría la fuente judicial a fin de informar sobre los fallos judiciales, entenderlos y transmitirlos de manera digerida a sus lectores a fin de que comprendieran la trascendencia de las decisiones para los ciudadanos.

Mientras no tengamos periodistas que informen cabalmente y de manera sencilla lo que hacen los científicos y, particularmente, lo que hicieron en el Fondo de Cooperación Internacional en Ciencia y Tecnología, el desprecio hacia la ciencia continuará y, en particular, desde el púlpito de un presidente que no entiende de ella.

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