No es una exageración. Son los cálculos de las tres consultas que ha promovido el presidente Andrés Manuel López Obrador desde que asumió la Presidencia en diciembre del 2018. Y todavía falta la del próximo marzo cuando sea la de la revocación del mandato.

No hay porqué extrañarse, pero el presidente, efectivamente, ha cumplido con lo que ha prometido desde su campaña: consultar al pueblo para decidir el destino de diferentes temas que atañen a los ciudadanos. Empezó con la “consulta” a modo del destino del aeropuerto de Texcoco que, según el último cálculo de la Auditoría Superior de la Federación, su cancelación tendrá un costo total de 331 mil millones de pesos; le siguió la cancelación de la planta cervecera Constellation Brands en Baja California a un costo de 20 mil 200 millones de pesos; y la última fue la consulta de este 1º de agosto que costó al INE 528 millones de pesos.

La figura de la consulta es tan importante como necesaria para las democracias. La historia ha demostrado sus aciertos en Chile (referéndum sobre la permanencia del dictador Pinochet); España (su adherencia a la OTAN); Reino Unido (salida de la Unión Europea), por mencionar algunos ejemplos. En Estados Unidos, varios estados consultan frecuentemente a su población sobre la legalización de la marihuana, los matrimonios igualitarios o sobre la aplicación de impuestos para construir una determinada obra ya sean estadios deportivos o celebración de eventos costosos para ayuntamientos o arcas estatales.

BIENVENIDA LA CONSULTA

La figura es novedosa en México y bienvenida, pero jamás puede ser motivada con base en ocurrencias o venganzas como lo ha demostrado el presidente. Abortar una terminal aérea tan importante en la que, efectivamente, imperaba la corrupción, se realizó con nula participación nacional, organizada solo por el gobierno en turno, y sin un aval independiente. Los contribuyentes pagarán por indemnización de este proyecto abortado hasta el año 2046. Nunca se han presentado denuncias por malversación de fondos en este proyecto. La planta cervecera de la firma estadounidense Constellation Brands fue votada por apenas 2.6% de la población total de Baja California. El presidente ha dicho a la firma estadounidense que, si quiere invertir en México, que lo haga en el sur del país.

El acierto de la consulta del domingo ha sido la intervención del Instituto Nacional Electoral (INE) para dar darle validez y sentar un precedente. Pero esto resultó ser un galimatías empezando por la redacción de la pregunta y las miles de interpretaciones que hicieron los partidarios o no del presidente. La única respuesta clara es que la aplicación de la ley no se consulta.

¿Por qué al presidente no se le ocurrió empezar con una revisión de documentos de los excelentes trabajos periodísticos de investigación titulados “La Casa Blanca de Peña Nieto” y “La Estafa Maestra” para denunciar y llevar a juicio a los funcionarios del sexenio pasado empezando por el propio Enrique Peña Nieto? ¿O consultar los documentos –abiertos a todo mundo– sobre los sobornos de la firma brasileña Odebretch a Pemex y a sus entonces dirigentes? ¿Acaso el máximo operador de seguridad Felipe Calderón, Genaro García Luna, no está siendo enjuiciado en Estados Unidos? Contra Vicente Fox hubo numerosas denuncias penales contra su esposa Martha Sahagún y sus hijos. ¿Por qué no las revisa de nuevo? Ernesto Zedillo y Carlos Salinas de Gortari también fueron demandados por eventos como el Fobaproa, la matanza de Aguas Blancas y Acteal contra el primero; así como por el infame “error de diciembre” y la privatización y aniquilación del pequeño comercio por el segundo por la entrada del Tratado de Libre Comercio.

Si este gobierno quiere una verdadera participación en una consulta, bien haría el presidente en leer y hurgar expedientes. Seguramente encontrará mucho. Su grilla es simulación y los problemas más apremiantes de este país seguirán esperando. Los perdedores son, indudablemente, los ciudadanos que seguirán desdeñando consultas de este tipo, mientras las siga promoviendo un presidente resentido que solo ve al pasado y se mantiene con un discurso de hace 20 años.

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