Una mañana como cualquiera, Carolina sale de su casa para hacer las compras en la zona centro de la ciudad de León, para hacer la comida del día. Mientras, Mariela su nena de 4 años se quedará en el apartamento, en su cuarto, viendo “Los Rugrats” y bebiendo de su vaso de “Carlitos” con jugo de manzana. A su lado le acompaña ”El Chino”, su gran compañero de aventuras el cual no siempre es de su agrado, pues sus grandes ojos azules, naricita roja, pecas y su gran tamaño, no siempre lucen tan tiernos, sobretodo por la noche. Sin embargo, durante el día, se convierte en el cuidador de Mariela cuando mamá no está en casa. Y no es para menos, pues la sensación fría de aquel gran apartamento, bastante ruidoso en el silencio, ubicado en la 20 de enero enfrente del “Ex Hospital General de León”, ahora conocido por su atención a pacientes con Covid-19, aquel departamento que se encontraba cercano a una antigua morgue, información que desconocía Mariela como cualquier otro niño de 4 años.

Aquella mañana, Mariela dejó de ver caricaturas para ir a la cocina, que se encontraba al fondo de la casa, con la peculiaridad de que esta se cerraba por fuera, y contaba con un fregadero y barra de un material similar al mármol. Mariela se acercó al lavaplatos y dejó su vaso, al momento la puerta se cerró de forma inesperada, y al tratar de abrirla no podía hacerlo, no le quedó más que llorar y gritar “ayúdenme, ayúdenme”, cerrando los ojos. De repente al interior de la cocina, apareció “Doña Arcelia”, su vecina de a lado, una señora grande de edad cercana a los 60 años, le abrazó y le dijo, ”tranquila nena, no hay nada que temer”, posteriormente se levantó y abrió la puerta. En cuanto Mariela sale, Carolina su madre, llega subiendo las escaleras a lo que Mariela asustada corre y abraza. “Mamá, mamá, me quedé encerrada, y me asusté mucho, pero la señora de la casa de a lado me ayudó y me dijo que no tuviera miedo”.

Carolina, un tanto desorientada por lo que le acaba de explicar su hija, le dice “Nena pero si te quedaste encerrada… ¿Cómo abriste la puerta, si esta solo abre por fuera? Seguro que fue el aire y solo se atoró…”. Mariela solo niega con la cabeza. Su mamá le dice ”Bueno hija… Ya estoy aquí, no pasa nada”.

Mariela se dirige al cuarto llorando y abraza a “El Chino”. Al paso de una media hora su madre la llama para decirle que ya es hora de comer, por lo que la pequeña carga a su pecoso y “tierno” acompañante, lo lleva a la mesa, y lo sienta en una de las sillas con un poco de dificultad, luego arrastra otra silla  que tiene un cojín para estar un poco más alta y se sienta. Carolina, pone su plato y el de su hija, pero su pequeña le dice “¿Y el plato del Chino mamá, el también tiene hambre?”, su madre solo hace una ligera sonrisa, regresa a la cocina y trae otro plato y tres vasos. Pone el plato del “compañerito” de su hija con un vaso de los “Rugrats”, y uno igual le pone a Mariela, ella se sirve agua en un vaso de vidrio, y justo cuando está dispuesta a sentarse, tocan la puerta.

Al abrir solo se escucha a una mujer con voz quebrada, “Buenas tardes señora, soy Adelina, soy la hija de la señora Arcelia, solo para avisarle que hace como unas dos horas mi mamá falleció de un infarto en su departamento, el día de mañana le haremos un rosario por si gusta asistir”.

Desde la entrada, Carolina solo asiente y lamenta lo sucedido, cierra la puerta lentamente, y observa a Mariela con una mirada que la aterra, y solo lleva su mano a la boca, a lo que su hija le contesta, “Te dije mamá que la señora Arcelia me ayudó y no me creíste”.

 

Por Andrea Gómez.

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