Esta ocasión dedico estas palabras a relatar una anécdota, que es parte del gran reflejo de la situación que viven muchos niños en la calle, quienes se encuentran en paraderos, en negocios y en diferentes puntos de la ciudad de León, hecho que es tan visible y tan invisible a la vez para la sociedad. Ellos piden una moneda a cambio de dulces, o de un “truco” intermedio entre semáforos, bajo el calor del sol, haciendo frente a todas aquellas caras largas que de vez en cuando les citan un ”quítate de aquí”, “aléjate niña”, “cuidado, no lo vayas a ensuciar”, y un “hazte”, todo para cumplir su cuota…
Tuve la oportunidad de platicar brevemente con Elena quien cansada una noche, portando un vestido rosa mexicano, una gorrito y su cubebocas, llegó al café en el que me encontraba sentada, esperando para ordenar, ella se acercó primero a unas jóvenes comensales con una bolsa de plástico que contenía unas paletas, y amablemente se dirigió a ellas, “Buenas noches, ¿me pueden comprar una paletita de chilito?” ante ello, una de las chicas le lanza una mirada de desagrado y con tono arrogante dice “Ay no niña, fuera de aquí”, y susurra a su grupo de amigas “¿Ya vieron lo sucia que está? No nos vaya a pegar algo…”; un susurro que se escuchó hasta mi mesa, y que mis ojos pudieron captar que evidentemente la niña lo había escuchado, a lo que solo agachó la cabeza y se limpió con su mano una lágrima que surgió de tal comentario. Al ver la situación a lo lejos, saludo a la pequeña y le pregunto el costo de las paletitas, “A dos pesos cada paletita, están ricas, son de chillito… ¡Anímese ya solo me quedan poquitas para cumplir mi cuota!”, al preguntarle el monto que le faltaba para su cuota me platicó que le faltaba poco, “Ya solo cincuenta pesitos”, y le digo que con gusto le compro las paletitas, para ello, se vuelve a limpiar sus ojos con mejor ánimo, se sienta en mi mesa y me dice que se llama Elena, que recién cumplió seis años, y que ya venía trabajando desde los cinco, que la levantan “bien temprano con su hermano Joaquín” para irse a los semáforos a hacer trucos”, de los cuales siempre termina “bien cansada” y que ya solo le faltaba terminar de vender su bolsa de paletitas, para poder irse cuando llegara su mamá Verónica, quien le revisa que “sí cumpla”, y si terminaba la llevaba a la camioneta, pero si no ha terminado se tiene que quedar y buscar un templo para vender y quedarse ahí para sentirse segura. En ese rato, llega una señora de negro, de aspecto serio, y molesta, Elena la ve de reojo y solo aprieta los ojos y susurra que ya llegó su mamá Verónica, se despide y me dice, “Muchas gracias señorita, con usted ya cumplí la cuota”.
Me quedé helada, y solo pensé en las miles de cosas que pueden pasar al no cumplir dicha cuota…
-Andrea Gómez.
Fotografía alusiva vía:Diario Jurídico.